jueves, mayo 12, 2005

Redes de mujer.

Quería acostarme con aquella mujer, pensó mientras bajaba por la escalera saltando peldaños de dos en dos. Quería hacerlo no una sino muchas, infinitas veces. Quería contar todas sus pecas doradas con los dedos y con la lengua, y luego ponerla boca arriba y, abrir suavemente sus muslos, adentrarse en ella y besarle la boca mientras lo hacía. Besarla despacio, sin prisas, sin agobios, hasta suavizar, igual que el mar moldea la roca, aquellas líneas de dureza que tan distante la hacían parecer a veces. Quería poner chispas de luz y de sorpresas en sus ojos de azul marino, cambiarle el ritmo de la respiración, provocar el latido y el estremecimiento de su carne. Y acechar atento en la penumbra, como un francotirador paciente, ese momento hecho de brebedad fugaz, de intensidad egoísta, en que una mujer queda absorta en sí misma y tiene el rostro de todas las mujeres nacidas y por nacer.

Arturo Pérez Reverte.
La Carta esférica.


¿Qué bonito verdad?
Si por mucho que lo intentemos evitar siempre nos terminan por romper en mil pedacitos. Siempre logran derretirnos como a un helado de limón al Sol, y siempre logran que solo podamos pensar en ellas. Es entonces cuando pisoteamos a ese yo egoísta del que ya hemos hablado.

Saludos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Por desgracia muchas veces no se consigue pisotear al yo egoista del todo... Pues se confunde el querer con el tener, y el "yo" se vuelve tan,tan inmenso que es capaz de echar a un lado la razón y convertir todo ese amor que se podía dar en odio, sin razón y violencia.

Que desgraciados los hombre incapaces de amar, y de aceptar que de verdad son amados.