jueves, mayo 12, 2005

Orfeo.


Orfeo, hijo de Eagro, el rey tracio, y de la Musa Calíope, fue el poeta y músico más famoso de todos los tiempos. Apolo le obsequió con una lira, y las musas le enseñaron a utilizarla de tal modo que no solo hechizaba a las bestias salvajes sino que además lograba que los árboles y las rocas dejasen sus sitios para seguir el sonido de la música.

Después de una visita a Egipto, Orfeo se unió a los argunautas, con quienes navegó a Cólquide, ayudándoles con su música a superar muchas dificultades; y a su regreso se casó con Eurídice, y se estableció entre los cicones salvajes de Tracia.

Un día, cerca de Tempe, en el valle del río peneo, Eurídice se encontró con Aristeo, quien intentó forzarla. Al huir pisó una serpiente y murió a causa de la mordedura que ésta le dió; pero Orfeo tuvo la osadía de descender al Tártaro, con la esperanza de recuperarla. A su llegada, no solo hechizó al barquero Caronte, al perro Cerbero, y a los tres Jueces de los Muertos con su melancólica música, sino que además suspendió temporalmente las torturas de los condenados y ablandó hasta tal punto el corazón fiero de Hades que obtuvo permiso para devolver a Eurídice al mundo superior. Hades le impuso una sola condición: que Orfeo no mirara atrás hasta que ella estuviese a salvo bajo la luz del Sol. Eurídice siguió a Orfeo por el oscuro pasadizo, guiada por los sonidos de su lira, y no fue hasta que vio de nuevo la luz del Sol que él se volvió para ver si todavía le seguía, perdiéndola de este modo para siempre.

Cuando Dionisio invadió Tracia, Orfeo no quiso honrarle, sino que enseñó otros misterios sagrados y predicó a los hombres de Tracia la maldad del sacrificio con asesinato. Dionisio, irritado, incito a las ménades para que atacaran a Orfeo en Deyo, Macedonia. Después de haber esperado a que sus maridos entraran en el templo de Apolo, donde Orfeo servía como sacerdote, las ménades cogieron las armas apiladas afuera, irrumpieron en el edificio, asesinaron a sus esposos, y le arrancaron las extremidades a Orfeo. Arrojaron su cabeza al río Hebro, pero bajó flotando, todavía cantando, hasta el mar, y las aguas la llevaron hasta la isla de Lesbos.

Las Musas recogieron llorando los miembros de Orfeo y los enterraron en Leibetra, al pie del monte Olimpo, donde los ruiseñores cantan ahora más dulcemente que en ningún otro lugar del mundo. En cuanto a la cabeza de Orfeo, después de ser atacada por una envidiosa serpiente lemnia (que Apolo transformó inmediatamente en piedra), recibió sepultura en una cueva de Antisa, consagrada a Dionisio. Allí profetizó día y noche hasta que Apolo, descubriendo que sus oráculos en Delfos, Grinia y Claro habían sido abandonados, fue a allí y erguido sobre la cabeza exclamó:
- ¡Deja de entrometerte en mis asuntos!

Con esas palabras la cabeza calló. La lira de Orfeo también había sido arrastrada por la corriente hasta Lesbos y había sido guardada en un templo de Apolo, por cuya intercesión y la de las Musas, fue colocado en el firmamento en forma de constelación.

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