viernes, mayo 06, 2005

El yo.

Ahí va este precioso poema:

La muerte da realmente fin a la angustia de la vida.
Y en cambio la vida tiembla ante la muerte...
Así tiembla un corazón ante el amor,
como si sintiese la amenaza de su fin.
Pues allí donde despierta el amor,
muere el yo, sombrío, déspota.

Djalal-ud-din-Rumi

Lo que trasluce es una visión muy pesimista del ser humano, del yo. Trasluce la perspectiva de un yo egoísta y caprichoso, pero que sin embargo, al enamorarse, muere. Y muere porque cambia. La muerte es el fin del egoísmo, del pensar solo en sí mismo. Con el amor el yo deja de mirase el ombligo y centra sus intereses en la persona amada. Ya no piensa en sí, sino en el otro amado. Muere el yo egoísta y nace el yo altruísta. Muere el niño malcriado y nace el hombre solidario. Todos cambiamos, todos debemos cambiar.

Otra visión es la que podría dar la sociobiología, perspectiva desde la que podríamos decir que el amor no deja de ser un engaño de nuestros genes para perpetuar la especie... aunque también es cierto que Dawkins, su estandarte, al final de su Gen Egoísta, apoya la tesis de que los genes pierden protagonismo (en el hombre) en favor de lo que él llama "memes", que no dejan de ser ideas. Aquello por lo que nos movemos los hombres ya no son los simples instintos, sino por las ideas. Ideas acuñadas y perfiladas durante siglos y siglos. José Antonio Marina mantiene una posición parecida. El animal es presa de sus instintos, el hombre escapa a ellos. ¿Por qué no habría de haber amor? ¡Qué diántre! claro que hay amor. Y quien diga lo contrario es un necio. Séase.

Saludos gente.

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